martes, 15 de mayo de 2012

México, siempre infiel!


Era el año de 1990 y ya estaban todos los fieles mexicanos postrados en frente del sumo sacerdote, hoy Beato Su Santidad Excelentísima Juan Pablo II. Miles de compatriotas yacían postrados en total admiración cuales adolescentes que por primera vez tienen la oportunidad de ver descender del avión a los mismísimos Beatles; esperando a que aquella figura pronunciara palabras de altísima sabiduría y profunda reflexión. Palabras únicamente esperables de alguien que tiene una grado supremo, no sólo de iluminación divina sino de cercanía con la entidad divina, incomprensible, incalculable, omnipotente y, finalmente, único responsable y diseñador de todo lo que conocemos y podremos conocer. Si, así es, el Alfa y el Omega, la santísima trinidad en conjunto y también por separado; Dios, para no tener que entrar en detalles. Y no dios, sino Dios pues no hay que andarse con rodeos, hay que servir al verdadero y único.

Así púes, transcurrieron porras para el Papa mientras su erudito y excelso mensaje comenzó a fluir.

-"Méeeexico saaaabe bailar!"

La multitud entró en un estado de euforia ante la sabiduría de aquel mensaje que de seguro detonaría tesis doctorales en su análisis y contenidos ocultos al ojo no experto.

-"México sabe rezar"

Agregó aquel Papa joven que decidió convertir en tierra santa el territorio mexicano

-"México sabe cantar"
-"Pero más que todo... México sabe gritar!"
-"México siempre fiel! ¡Adiós!"


Recalcó el sumo pontífice haciendo estallar en alaridos de los fieles aquel lugar que se habría convertido en motivo de orgullo nacional. El Papa había acuñado la frase que definiría a la población católica y mexicana por el resto de los días. "¡México, siempre fiel!".





La palabra fidelidad tiene varias acepciones pero las aceptadas actualmente por la Real Academia de la legua española son:
fidelidad.(Del lat. fidelĭtas, -ātis).

1. f. Lealtad, observancia de la fe que alguien debe a otra persona.
2. f. Puntualidad, exactitud en la ejecución de algo.
De forma inmediata podemos ver que los dos significados de fidelidad aceptados de manera general por los pueblos de habla hispana nos sirven como un marco de referencia que permite evaluar aquella aseveración papal con respecto a la fidelidad del pueblo mexicano.

Para poder llevar a cabo este análisis, que considero tan necesario, podemos comenzar por definir algunas medidas o características de la cualidad de ser fiel. Es decir, para poder ser considerado fiel, se necesita poseer como características la lealtad, ser observable en nuestra fe, puntualidad y exactitud en la ejecución de las leyes o reglas; características que identifican a la perfección a este santo pueblo mexicano, quien hoy en día representa, galantemente, "la segunda nación más católica del mundo" según el mismo presidente de la república mexicana, Felipe Calderón Hinojosa.

Como todo buen análisis hay que poner miras en el principio de las cosas, y como las cosas tienen un principio en la historia, remontémonos pues al pasado para revisar cómo hemos estado comportándonos para ver si es cierto que merecemos semejante acusación de fidelidad.

México, mucho antes de ser una nación era un conjunto de tierras habitadas por diferentes tribus indígenas que compartían muy poco entre sí. Algunas, enormes civilizaciones como la azteca y otras más pequeñas que sufrían el yugo constante de los primeros. No había un lenguaje común que les permitiera ponerse de acuerdo o siquiera negociar de manera efectiva. No había tampoco una cultura general entre las distintas civilizaciones o tribus que habitaban el ahora terreno nacional que permitiera el surgimiento de una identidad como nación. Incluso muchos de los asentamientos indígenas de hoy en día siguen comportándose tal cual como en aquella época.

Dentro de las pocas coincidencias estaban la creencia en religiones politeístas y el compartir siempre conflictos bélicos entre tribus enemigas por diversas razones. Ante esto, poco podemos decir sobre la fidelidad mexicana ante la religión católica romana. México aun no era una nación.

Después vino la conquista por parte de los españoles y tras centenares de miles de muertes y bajas en la población indígena vino la introducción de la religión Católica romana por la fuerza, con el pretexto de salvar las almas de los "salvajes" quienes aun ofrecían sacrificios humanos para calmar la ira de los dioses. Y es que de verdad hay que estar completamente loco o idiota para creer en una religión que ofrece sacrificios humanos para calmar los ánimos de un dios iracundo que es capaz de destruir a toda la humanidad con un simple soplo de su aliento divino.

Claro, los curas que españoles debieron sentir horror al ver los sacrificios humanos cuando lo sensato es creer en otra religión que considera mejor torturar, asesinar y sacrificar al mismo hijo de Dios como ofrenda de sangre para después pretender comer su sangre y carne en cada ritual y así lograr calmar su obsesivo deseo de acabar con todo lo que él mismo ha creado.

La religión entró por la fuerza como entran las lavativas en los hospitales y después hay que aguantarse hasta que el doctor diga que puede ir uno al baño a exonerar la sarta de porquerías que uno trae dentro. Todo siguió ese mismo curso hasta que los curas se dieron cuenta de su error: "Uno puede llevar el caballo al río pero no forzarlo a beber agua". Los "salvajes indios" seguían creyendo, en la privacidad de sus chozas, en sus muchos dioses y diosas. Seguían rezando a la hermosa Tonantzin y seguían encomendando sus tierras a Tlaloc para que estuvieran bien regadas y el maíz fuera bueno para el cuerpo. Mientras tanto, los "indios" seguían pretendiendo balbucear en latín las oraciones que eran destinadas al dios blanco y mutilado que aparecía en los lúgubres templos de los curas españoles.

La nueva España realmente comenzó aquí su carrera de infidelidad mental ante la imposición de un dios menos cercano, menos creíble, débil, malo para la guerra y la siembra y cuya historia no concordaba con la realidad indígena de la época. Aquí no hubo nunca fidelidad real.

Mucho tiempo después, siglos para ser preciso, la Iglesia Católica dio con el clavo. Era más fácil entrelazar la historia de la virgen del monte, proveniente de España, con la imagen de la mismísima y hermosa Tonantzin y misteriosamente apareció la Virgen de Guadalupe ante los ojos atónitos de un tal Juan Diego, indio pastor y vehículo que sirviera como leyenda para engatusar a los ya de por si aturdidos "indios".

La historia fue suficiente para cimbrar los cimientos de la ya de por sí muy minada cultura indígena y poco a poco la leyenda tomó fuerza. Suficiente como para al pasar de las generaciones la cultura comenzara a adaptarse para poder sobrevivir. Aquella mentira se convertiría verdad y luego en una innegable realidad que era soportada por leyendas y hasta una supuesta imagen de la Virgen Morena. Todos se dedicaron a adorar a la virgen y pronto se convirtió en tradición que marcaría la pauta y ritmo a seguir. Al fin el pueblo aquel ya no estaba plagado de "indios salvajes"; pero tampoco quedaban españoles de raza pura. El tiempo se encargó de evolucionar la cultura para permitir dar sentido a los mitos, mentiras repetidas tantísimas veces que en verdad se convirtieron.

Sin embargo, la realidad no había mejorado del todo. Ahora, era Tonantzin, "la niña de los ojos de todo creyente", la Virgen de Guadalupe, la que habría que interceder por todos los mexicanos para poder hablar con aquel dios distante y mutilado entre una cruz de madera. Supongo que la Iglesia debió pensar: "de lo perdido... lo encontrado".


Pero en realidad la idea original de la Iglesia Católica y Romana nunca había entrado completa, tener que apoyarse de santos intermediarios para tener una relación con Cristo resulta más bien una evidencia de la falla de su metodología didáctica más que de un apalancamiento con figuras que promuevan la fe en Cristo. En todo caso, la fe mexicana había comenzado gracias a la real intervención de la leyenda de la Virgen de Guadalupe; una Virgen “india” igual que todos.

Después aquella imagen de la Virgen tuvo que ser usada para desatar la guerra de independencia. Durante aquellas épocas la fe del pueblo mexicano se depositó durante muchos años en la Iglesia Católica y mientras el país no se tambaleaba en su fe; si lo hacía en todos los demás aspectos. Los abusos de las autoridades a manos de diferentes líderes, invasiones extranjeras y varias intervenciones del reciclado Antonio López de Santa Anna, hicieron evidente que la influencia de la Iglesia era demasiada en la mente de la población y el rumbo de la nación. Vinieron entonces las leyes de Reforma que terminarían por establecer en la Constitución Mexicana una tácita separación entre los menesteres de la Iglesia y los del Estado.

Se prohibieron las demostraciones religiosas fuera de los centros de culto y se limitó a los curas a decir misa y perdieron voz y voto. Toda crítica a las instituciones de la Nación sería una violación constitucional y la educación sería laica por obligación en todas las escuelas de gobierno. Siendo estos dos últimos puntos los que funcionarían como pretexto para decir que el Estado estaba sacando a Dios de las escuelas. Sin embargo estas leyes, no tuvieron su aplicación real y vehemente hasta después de la asunción del General Calles al cargo de Presidente de la República Mexicana en el año de 1924

El cura católico José Mora y del Río quien llegó a ser Arzobispo de México desde 1909 hasta 1928, se distinguió siempre por llevar a cabo un apostolado social y activista y fue él quien comenzó a avivar las llamas del movimiento clerical que rechazaba la nueva laicidad del Estado. Finalmente, Mora y del Río fue desterrado a San Antonio, Texas.

El movimiento de rechazo a los artículos 3°, 5°, 24, 27 y 130 de la Constitución que había emprendido el clero desde 1917, se reactivó el 27 de enero de 1929 cuando el diario "El Universal" anunció que el Episcopado Nacional promovería nuevamente la modificación de esos preceptos. El 4 de febrero, el arzobispo Mora y del Río confirmó la noticia y declaró: "La Iglesia combatirá las leyes injustas y contrarias al derecho natural", e hizo publicar en el propio periódico el desplegado Protesta Colectiva del Episcopado, que ya se había hecho circular en 1917.

Calles consignó ante la Procuraduría General de Justicia las publicaciones para las averiguaciones correspondientes y giró a los gobernadores dos circulares, el 13 y el 15 del mismo mes, indicándoles que procedieran a clausurar los conventos y las escuelas confesionales, a determinar el número máximo de ministros de los cultos en sus jurisdicciones y a vigilar que éstos fueran mexicanos por nacimiento.

Los pocos fieles que quedaban en México tuvieron que sufrir la puñalada trapera a manos del Papa Pío XI quien ordenó a todos los curas suspender el culto en todos los templos. ¡Vaya fidelidad la de la Iglesia Católica! Una huelga de culto a costa de la fe de sus propios seguidores. Mas que fidelidad, esto se asemeja mas a una relación de codependencia y utilización. De esas que cualquier abogado usa como cuchillo como causal de divorcio.

Muchos curas que perdieron el reconocimiento como autoridad eclesiástica por parte del gobierno comenzaron las movilizaciones en las escuelas en donde se impartía educación mezclada con religión. La falta de ánimos de luchar por parte de la población que a duras penas se recuperaba de la Revolución y con el pretexto de que el Gobierno estaba intentando sacar a Jesucristo de las escuelas enviaron a niños y jóvenes a luchar por su causa en repudio a las leyes de separación de Iglesia-Estado.

Se suscitaron los hechos violentos de la rebelión cristera y se pidió la intervención extranjera "para tirar al Gobierno". La guerra civil dio comienzo el 15 de agosto, en Valparaíso, Zacatecas, la cual se generalizó en el occidente de la República el primero de enero de 1927 y terminó el 21 de julio de 1929, cuando ya Calles había entregado la Presidencia de la República.

Durante la Guerra Cristera murieron más de 70 mil católicos, entre ellos cerca de 90 sacerdotes. El conflicto termina con la suspensión del Artículo 130 y la deposición de las armas por parte de los cristeros. En aquellos momentos la fe del pueblo mexicano se tuvo que poner a prueba una vez más por los intereses de la Iglesia sin tomar en cuenta cuántas vidas tomara.

Sin embargo, el conflicto entre el Estado y los Cristeros no fue el único problema que enfrentaba el País. A ese conflicto se le sumaron la reelección del General Obregón y la crisis por el choque ideológico entre los Obreros de la CROM (Confederación Regional de Obreros Mexicanos) y la Iglesia Católica que había propiciado la creación del Partido Católico Nacional o Partido Negro.

El conflicto es más fácil de explicar si tomamos en cuenta que en esas fechas había un repudio generalizado a todos los extranjeros. Pues la pelea por el petróleo y recursos de la Nación ya había comenzado a escalar, tanto en ánimos como en acciones, y la mera existencia de un Partido Católico, adicto a los designios del Papa, un extranjero con poder sobre mexicanos y el futuro del país, fueron suficientes para que, con ánimos de debilitar las filas de los católicos, la CROM fundara un proyecto de una Iglesia Mexicana con un Papa local; así como se oye, un Papa completamente mexicano. Y, aunque ese proyecto fracasó se establece una vez más la tajante falta de fidelidad. “¡Habemus Papam Mexicanus!”

Las relaciones que México tenía con el Vaticano se vieron cercenadas por completo hasta el año de 1991 que fueron restablecidas a manos del Presidente Carlos Salinas y no es sino hasta el mandato de Felipe Calderón que se crean las leyes de asociaciones religiosas que permitieron dar reconocimiento a la jerarquía eclesiástica y pudieron dar forma a las ya antiguas y empolvadas leyes de reforma de separación de Iglesia-Estado.

Por encima de todo, en todo ese tiempo la Iglesia Católica ha ido perdiendo adeptos ante otras opciones religiosas y no religiosas también. Los medios de comunicación actuales y la promoción de pseudo medicamentos, rituales, horóscopos y demás patrañas han logrado pasar a México de ser un país de 95% Católico a uno de 84% en tan solo 20 años. Siendo la población identificada como "sin religión" una de las de más rápido crecimiento, según el censo del INEGI del 2010.

Y si bien, aún quedan dudas sobre la terrible infidelidad mexicana ante la Iglesia, aun queda por enfocarnos a los que pertenecen a ese actual 85% de la población fiel y católica mexicana.
Quedamos que la fidelidad también se mide en la observancia del cumplimiento de las reglas. Una de esas puede ser las reglas que ejerce la Iglesia Católica sobre la censura reproductiva de todos sus fieles. En ella están prohibidos todos los métodos de prevención natal que "no sean naturales" como el ritmo o el método Billings.

Sin embargo, y con base en los documentos oficiales del INEGI, podemos encontrar que el 72% de la población de mujeres en edad reproductiva se reporta la utilización de métodos anticonceptivos prohibidos o desaprobados por la Iglesia; siendo la Salpingoclasia el primero de ellos con una preferencia del 43.9% y seguidos del Dispositivo Intrauterino (DIU) con 20.6% y las pastillas anticonceptivas con una preferencia del 10.4%. Todos prohibidos por la Iglesia.

Con lo cual podemos establecer que aún perdura la grandísima infidelidad e hipocresía por parte de los "católicos" mexicanos que aun se jactan de ser un pueblo elegido por Dios mismo para que su madre cuide en especial de ellos. Pero que en cuanto salen de misa y regresan a la comodidad de la alcoba realizan acciones prohibidas por la madre de su religión. Tal pareciera que sigue presente el mismo modo de operación de rezar en un lenguaje y después actuar diferente en lo privado.

Si es esa la fidelidad que exige o reconoce la Iglesia Católica como deseable o admirable, no me sorprende en lo mínimo que las tasas de divorcio estén literalmente por los cielos.


Referencias: